viernes, 7 de mayo de 2010

ANÁLISIS DEL CONFLICTO.


El tema de los menores infractores es uno de los más comunes dentro los problemas sociales en nuestra comunidad. Sólo basta echar un vistazo a la sección policiaca o nota roja para percatarse de que en muchas ocasiones los detenidos por la comisión de un delito son niños y adolescentes de entre 12 y 18 años de edad.

Y que decir de los menores de 12 años, que a su corta edad ya presentan conductas tipificadas como delitos, convirtiéndose en un verdadero conflicto social, cultural, educativo, político y económico que necesita alternativas prontas de solución.

Desafortunadamente, los niños son más frágiles ante la exclusión social, lo que es aprovechado por terceras personas para hacerlos participar en la comisión de delitos, influyendo también, elementos objetivos y subjetivos, así como bases estructurales y culturales que rodean, provocan y desarrollan el mencionado conflicto y que, a continuación se describen.

1. DIMENSIONES OBJETIVAS Y SUBJETIVAS

La marcada discriminación que el menor suele sufrir, por sus condiciones socioeconómicas, étnicas, o de cualquier otra índole, lo orillan a refugiarse en grupos o pandillas en los que encuentra aceptación, las cuales generalmente, desarrollan actos vandálicos, en un grito desesperado por sentirse importantes y poderosos.

De tal suerte, los prejuicios sociales que aún prevalecen como provenir de un estatus social inferior, color de piel u origen, etcétera, automáticamente agravan la condición del menor que rápidamente se convertirá en infractor.

Desgraciadamente, la ola de inseguridad y delincuencia que se vive día con día en nuestra Ciudad, ha causado gran efecto en jóvenes y niños, quienes ven en las organizaciones delictivas un modelo a seguir y una fuente fácil de ingresos. Es claro que el poder lo tienen quienes amenazan y atemorizan a la sociedad y no son precisamente las autoridades.

La rebeldía y la falta de interés de los menores en los estudios, dadas las pocas y muy lentas posibilidades de progresar que ellos ven por esta vía, los llevan a abandonar la escuela y a buscar otras alternativas que para ellos son funcionales pero que para la sociedad son reprochables y ante la ley son castigadas.

Finalmente, el objetivo es comer, ganar dinero lo antes posible y poder mejorar sus condiciones de vida, lo que contradictoriamente resulta frustrado, dado que no cuentan con la formación requerida para acceder a un trabajo bien remunerado.

No todos son iguales ante la ley, aunque formalmente se diga lo contrario, ni todos tienen las mismas oportunidades de participar en el mercado, aunque sea un derecho para todos.

La falta de afecto, de atención, de estabilidad y de autoridad en el círculo familiar, genera en el menor, sentimientos de odio, resentimiento y rebeldía hacia sus padres, quienes a su vez, manifiestan con frecuencia frialdad y hasta hostilidad hacia sus hijos.

Es entonces cuando existe una reacción emocional y sentimental. Si se es víctima de violencia física y emocional de la propia familia, donde sus integrantes demuestran rabia, frustración, depresión, impotencia y cualquier clase de experiencia negativas, como no esperar que la consecuencia inmediata consista en niños rebeldes, desadaptados, hostiles e indiferentes que intentan liberar sus impulsos agresivos y represivos mediante más violencia hacia la gente que lo rodea.

2. BASES ESTRUCTURALES Y CULTURALES

Sin duda, la desigual distribución del poder, de la riqueza, de derechos y de oportunidades, así como el discordante acceso de los recursos entre diferentes clases de la sociedad, hacen que una parte de la sociedad viva en condiciones de exclusión y que encuentre en la violencia una forma de expresar su descontento o de obtener lo que necesita.

Tal es el caso de muchos menores que viven en condiciones de marginalidad, con muy bajos ingresos, sin servicios públicos, con atención deficitaria en salud, poco acceso y poca oferta educativa, en fin, un déficit generalizado de todos los indicadores de bienestar social. Todos estos elementos influyen para que la conducta delincuencial sea una alternativa para algunos niños de la comunidad.

Si se emplea la fuerza como medida de coerción, con el paso del tiempo dará origen a una violencia estructural, entendida como la suma de todas las contradicciones y conflictos, que incrustados y solidificados en la estructura social creará niños violentos y, en el futuro mediato, delincuentes o agresores.

Factores como la exclusión en la familia, en la escuela o en la comunidad, generan en el menor baja autoestima y la necesidad de aceptación. La falta de oportunidades, la pobreza, el abandono, la explotación, la marginalidad, la desigualdad social y la inefectividad e ineficacia de los sistemas jurídico, social, político y educativo son más que el punto de conformación entre los menores infractores y la sociedad.

Tanto la familia como la sociedad juegan un papel importante en la formación de una niña, niño o adolescente, quienes aprenden mediante el ejemplo.

La familia es el principal agente de transmisión de la cultura, es donde comienza el control social y se desarrolla la personalidad del menor. Por tanto, si las prácticas educativas de los padres son desvalorizantes o negativas, la representación o la imagen que el niño se hará de sí mismo será también negativa y eso va a influenciar su comportamiento.

Los fundamentos estructurales y culturales del conflicto se encuentran acompañados todo el tiempo de representaciones psicológicas que de alguna manera guían y justifican la conducta de los actores sociales. De tal forma, el menor infractor se hará constantes afirmaciones que su comportamiento es correcto, que la venganza es una forma de justicia y una obligación moral, y que se necesita ser ventajista y listo antes de que alguien más lo sea.

Indudablemente, la educación es un factor importante, sin embargo, la falta de preparación escolar y de apoyo de las escuelas y familiares, generan que el niño crezca con conceptos errados de la realidad, con creencias equívocas como machismos, supremacismos, desvalorización a la mujer y el enérgico apego a una cultura de violencia.

No hay que olvidar que la cultura de la violencia tiene la capacidad de reproducirse gracias a su capacidad de transmisión generacional. Por eso no es de extrañar que hoy día, muchos niños y adolescentes se encuentren relacionados directa y cotidianamente bajo diversas formas con la prisión; ya sea porque hay un miembro de la familia detenido o porque sufre las reacciones de estigmatización por parte de la sociedad porque su padre o madre se encuentran en prisión.

Ahora bien, actualmente se cree que las actividades delincuenciales o violentas solo pueden ser resueltas por un control social. No obstante, se esta ante un conflicto que no se resolverá fácilmente, ni rápido. Sin que por el contrario, con el tiempo tal desviación alcanzará a más y más niños que incurrirán en infringir la ley.

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